Bro, esta es mi manera de pedirte perdón.
Eran las 4:53am y te saqué de mi casa a la que venías a quedarte una semana. Llevabas un día.
Veinte minutos antes había sacado tu maleta al corredor y el vigilante venía a acompañarte para que salieras. Cuarenta minutos antes, había llamado a la policía.
Llamé a la policía porque me empujaste, y empezaste a alzar la voz. Me diste miedo. Mucho miedo. Entenderás que no podía compartir mi cama ni mi casa con alguien que me hiciera sentir amenazada. Conozco bien en lo que se han convertido las amenazas de los hombres conmigo y por eso precisamente, no estiro en lo más mínimo, la posibilidad en lo que ello pueda convertirse.
Te recuerdo, porque sé que no lo sabes, pero te habías caído en la sala varias veces, tratabas de que las paredes te sostuvieran, así no hubiera. Tropezaste en el estudio, casi rompes mi lámpara favorita y desgarras las cortinas. En el lapso de quince minutos, abriste tres cervezas, no te tomaste ninguna. Entrabas y salías de la cocina como si allí en esa oscuridad, fueras a encontrar algo que te salvara de la borrachera.
Recorrías las habitaciones de casa como si estuvieras en un laberinto. Y seguro que lo estabas, seguro lo estás todavía, tratando aun de entender la gravedad de lo dicho y hecho. Balbuceabas improperios dirigidos a mí, todos. Entretanto yo te observaba desde el sofá, exigiéndome sí, para encontrar a aquel a quien había invitado complaciente a compartir mi vida esos días. Yo también bebí, bebí bastante y celebré la noche contigo hasta el punto cuando llegó la violencia. Yo conozco la mía y si seguíamos por ese sendero, la fuerza me llega a exceder, los motivos me sobran y la necesidad de protegerme me convierten en otra bestia a la que no quiero conocer tanto.
Solo pude ver algo que me recordó esas escenas que me llenan de tristeza, en las que un hombre y una mujer que están juntos, se confiesan, hacen pactos, los sellan con besos eternos, llegan a ver la vida juntos y en ese momento, en ése instante del descontrol, se conectan los diablos y juegan a ver quién es más poderoso en el caos y todo aquello queda diluido por siempre, como si jamás hubiera existido.
Me gustan los juegos, pero de ése, el de los diablos que se muestran los dientes, me he retirado definitivamente.
Te invité decenas de veces a sentarte conmigo, a parar un poco y simplemente conversar y quizás, tomar un poco de agua. Todas las veces me dijiste que estaba tratando de decirte qué hacer, que quién era yo para pedirte qué hacer o cuánto tomar o no. Me dejaste sin argumentos.
Seguramente pude haber sido más compasiva, y creer en el J sobrio, o al menos en el 'Tú' de unos tragos antes, pero la verdad, hay cosas con las que no quiero lidiar. Perdóname si soy muy dura al juzgarte, pero siento que estamos en lados muy diferentes de la vida: yo creo en que si nos estamos conociendo, finge compostura, mientras te veo mejor y te descompones, pero al menos tengo cómo entenderte (o creo cómo), pero sobre todas las cosas, sé consciente de la mujer con la que estás, ya te he contado mis historias dolorosas y espero que me hayas escuchado, que me cuides de más tristezas de las que tu puedas hacer parte -no tiene que ser una promesa- al menos, trata. Yo muy probablemente no supe ignorar al J enrarecido y decirte con más cariño, con más dulzura, que ya, que ya estaba bien y que estaba todo bien.
Sé que me faltan muchas lecciones de la vida entre dos, pero ésas las quiero escoger yo, sin miedo.