Tuesday, May 29, 2018

Lluvia


Él es placer. Y en el placer me pierdo, él me lo recuerda cada vez que lo siento cerca, que lo escucho, cuando lo acaricio, cuando me visita  con sus palabras y cuando me lame con sus ojos. No sé si una vez más, esté caminando por una senda prohibida para mí porque pensé que irme al extremo en donde el cuerpo sufre y le gusta, ya no era algo que sintiera que estuviera más en mí, de pronto porque me daba miedo de mí o de él llegar a lastimarnos con rabia. Pero con él, recorrer todo el placer, como es el placer con él, me encanta.

Él, ahora, también sabe lo extremadamente complaciente que soy con mi cuerpo y le pido que me encienda hasta la insensatez, de alguna manera porque percibo que él accede a mis peticiones mientras explora este descubrimiento que soy yo  y estoy segura que ésta será una vía que lo lleve a conocer sus propios extremos, y ya ha empezado a ponerse sus topes.

He visto que tengo esa capacidad de llevar a las personas al límite y a los chicos, mientras están en mí, empujarlos a lugares que jamás habían transitado. Y, cuando tengo un compañero que juega a lo mismo que yo bajo la dulzura, la dicha, y el amor, no reconozco más, qué rostro tiene el descontrol.

El otro día estábamos  'jugando seriamente' en la cama, y él que me incita al trance y rápidamente a encerrarme vencida en el disfrute de su cuerpo con el mío, me dio una bofetada. Yo a él, el día anterior, ya le había hecho lo mismo y otras cosas que duelen. Sin embargo segundos después de pegarme en la cara, y aún enredados y sin parar, me mira con extrema dulzura y me dice, no quiero volver a pegarte nunca más.

Le sonrío.

Es de noche. Llueve incesantemente, tomamos ron, nos besamos y le muestro unas medias para usar con liguero que había comprado esa tarde, me las pongo, voy a la habitación y vuelvo con un trajecito de encaje, me pide que me acerque, que me ponga de espaldas y me amarra las manos con una cinta de satín rojo.

Nada se rompe, nada duele, nada se rasga.