Wednesday, March 29, 2017

Cancún





Cumplí una nueva fantasía sexual y su ejecución, fue magistral.
Tuve que hacer una escala de cinco horas en Cancún. No bien me bajé del avión quise dirigirme de inmediato al mostrador de la aerolínea para poder deshacerme de mi valija, no sin antes ofuscarme en el camino, tratando de descifrar las confusas señales del aeropuerto.

La dependienta de Avianca me dijo era muy temprano para registrarme en el vuelo, de manera que me fui a buscar un sitio en donde pudiera almorzar algo, tranquilamente. Cuando caminaba buscando una excusa para emputarme otra vez por alguna idiotez, ví que venía caminando un hombre altísimo y muy guapo. Ya eso, me dejó  sonreír. Traía una valija mediana y vestía una camiseta naranja, pantalones cargo color caqui y unos zapatos de trekking.

Un  cazador avezado, identifica en segundos lo que quiere y lo que el instinto le pide; para ello se alista, se pone en posición, sin que se oiga ni siquiera el murmullo de su respiración.

Sin el más mínimo apocamiento me quedé viéndolo desde la distancia, y mientras yo sonreía, pensaba, ¿de dónde será? Tenía pinta de ser un infante de marina gringo y dije, gracias Dios.

Entré al bar, pedí una cerveza y una hamburguesa, mientras las pantallas de televisión se dividían entre noticias de la Fórmula 1 y fútbol, un partido entre Inglaterra y Alemania. Estuve allí cerca de una hora, fui de nuevo al mostrador de la aerolínea dejé mi maleta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Una vez pasada la requisa de seguridad, busqué un espacio en el  salón correspondiente a mi vuelo, acá ninguna puerta de embarque estaba separada excepto por números en las paredes. Y allí lo ví, otra vez. Estaba caminando, llevaba un 'backpack' y varias bolsas, como si hubiera estado de compras en los almacenes del aeropuerto. Tras un par de horas, decidí tomarme la última birra antes de abordar, y de nuevo él,  deambulando, como buscando algo.

El bar estaba en medio de las salas, y tenía vista a todas las puertas para embarcarse, así que dónde él estuviera, lo iba a ver. Confieso que levanté la mirada de mi libro más de una vez, para espiarlo y poder adivinar a dónde iba, pero sobre todo, por que me encanta mirar. En una de esas, coincidimos y en ese gesto se resumió  una conversación a distancia. Se sentó diagonal a mí. Le dí tiempo, que viera el menú, que ordenara, que se acomodara. Una vez tenía su margarita en mano, le pregunté en inglés hacia dónde viajaba. Me dijo, voy para Colombia. Y le dije, ah qué bien. Yo igual. A lo que responde, voy por poco tiempo, tengo una escala de cinco horas. Me quedé pensando y le dije que cinco horas en El Dorado iban a ser aburridísimas a esa hora. Llegábamos cerca de las 11 de la noche. 'Todo va a estar cerrado' qué te parece si más bien, dejas las maletas en mi casa y nos vamos a tomar tragos a un bar y luego te devuelves, estoy a 20 minutos del aeropuerto. Lo peor que te puede pasar es que llegues muy borracho a tu próximo vuelo.'

 'Jajajaja, es una magnífica idea'.

En el avión nos sentamos juntos, la silla contigua a la suya, estaba vacía. (vaya, vaya, rompiendo con todas las leyes, nunca se sienta el chico guapo al lado, nunca el chico guapo te habla o le hablas, nunca la silla de al lado está vacía).

Bebimos unas cuatro cervezas en el avión, tomamos un taxi, llegamos a casa, salimos a un bar. En el bar hablamos de su natal Suecia, de su cumpleaños número 40 que había ido a celebrar con amigos a Cancún y de su partida inminente hacia Perú.

Las horas pasaban y yo no podía evitar pensar en morderle la boca, un poquito. Volvimos a casa, parece que la altura bogotana me estaba haciendo un numerito e igual a él. En casa, sentados en el sofá y tras repetidos silencios, me dice, en qué estás pensando ahora, y le dije, en cómo es tener sexo juntos. (porque a decir verdad, yo ya entraba a la hora número seis, en esas)

¿Y, te gustaría probar? responde.

Lo tomo de la mano y subimos las escaleras, se acuesta en la cama, dejo la luz encendida porque ya les dije que me gusta mirar y más, si es lo que me llevo a la boca. Yo lo contemplo y lentamente me acerco. Acaricio los contornos de su cara con solo un dedo, lo miro. Acerco mi cara a la suya y le doy un beso profundo, largo, sentido, sólo así sé besar. Nos entendemos, nos perdemos.

(Una vez más estoy desnuda y él todavía no.
Clásico.
Me parece que ellos me sacan la ropa muy rápido.)

Le quito la camiseta. Él es suave, lechoso, macizo, verlo cómo es, me hace venerarlo a él y saborearme ésta narcosis.

Se me llena de agua la boca.

'Esto jamás me había pasado' 'ni a mí' respondo, no es como que yo me ande levantando a todos los tipos que me gustan en los aeropuertos y me los lleve al hotel ó a casa, que haya querido, es otra cosa. Que hoy me esté pasando, es una conspiración exquisita.

Reconozco en él algo muy familiar, que ya había sentido con un amante sueco que tuve hace años en Nueva York. Es una especie de bestialidad muda, entregada, lenta, dedicada, comparable a un estado de meditación profunda. No hay barreras, ni consciencia, se meten peticiones prohibidas entre susurros, no hay ansiedad, el hambre no gana. Él es una fiera poderosa y es gentil, y minucioso.

Disfruto cada segundo de esta derrota sin sangre, pero en algunos momentos allí, caída, la escritora, la esclava de la cacería y la recién rescatada mujer inocente en mí se pregunta, qué es lo que me induce a este sometimiento: ¿reconozco verdaderamente amor en el otro?, ¿busco armar a un hombre que se me extravió en la geografía y en el tiempo y éste fragmento de la vida, me es suficiente? ¿ó, lo que me envilece son éstos cuerpos y a ellos, me daría entera mil veces?

No tengo la respuesta. Pero si sé que desde hace unos meses, tras la muerte de mi madre, la niña ha vuelto y rescato su sexo, ya no más con dolor. Acá solo hay amor.

De pronto, esa es la única respuesta que necesito.